Una historia que inició en el sur del país, Elías Piña, y que
continúa hasta el resto de mi vida, recordando momentos y poniendo en práctica
una vez más todo lo vivido en aquel lugar, siendo luz en medio de la oscuridad
de otros.
Muchos recuerdos se quedan tatuados en mi corazón de esta grata convivencia con todas esas personas que reflejan a Cristo en sus rostros; la empatía y desprendimiento de estas es algo increíble, de lo que no tienen lo dan todo.
La humildad y la alegría de las personas lo fue todo para mí, la
acogida del pueblo y cada comunidad que estuvo con los brazos abiertos para
abrazar todo lo que Dios tenía para todos y cada uno de ellos; los niños eran ángeles
que Dios enviaba para fortalecer mis debilidades en cada caminata que
emprendía; el camino no era para nada fácil, pero cada tomada de mano que estos
angelitos me daban me llenaban de ilusión y fortaleza para seguir avanzando y
llegar a aquellos que estaban faltos de una palabra de aliento y un abrazo que
les hiciera saber que son valiosos y que Dios estaba ahí con ellos.
Fueron unos días para moldear algunas áreas de mí y reflexionar en
todo lo que Dios me ha permitido tener y lo que no también; salí de allí con un
compromiso y fue el siguiente: "ser feliz en lo poco como en lo mucho también
lo sería".
Aquellos hermanos me dejaron un mensaje plasmado, son el claro y vivo ejemplo de que en lo simple podemos ser felices, así también como dar y al mismo tiempo recibir.
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