sábado, 18 de noviembre de 2017

La verdadera esperanza en nuestros países la encarnamos al optar hoy por ser más humanos, más libres, más como Jesús. Adriana Sepúlveda



En el Caribe podemos pensar que los mayores ciclones en la vida, los que allanan esperanzas y retan la resiliencia humana, son los que nos llegan del océano Atlántico, naciendo allá por el Cabo Verde de África. Creemos que son estos los que dificultan la tan deseada vida plena, humana, de libertad. En Puerto Rico, la única esperanza de muchos parece ser el recobrar los servicios de electricidad y agua. En los tantos vecindarios apenumbrados del país, la gente se consuela y anima con el ya familiar “¡Puerto Rico se levanta!.” Mientras tanto, hay muchos retos que afectan nuestro pueblo que no son resueltos levantando el tendido eléctrico y las antenas de señal de teléfono celular.



Para mí, ese lema tan sonado y resonado en nuestra isla cobraba mucho más sentido y vigor al contemplar un grupo de jóvenes que, desde antes del 20 de septiembre de este año, ya se enfrentaban a otros fuertes huracanes de la vida. Algunos de estos huracanes podrían ser los miedos de decepcionar ante mil expectativas, la presión a hacer “lo correcto” en la vida, el reto de discernir y vivir para ser más libres, más humanos en una sociedad tan sacudida y trastornada… y tantos retos más que a veces olvidamos caracterizan una etapa de la vida tan acertada y a tientas, tan vigorosa y frágil como es la juventud. 






                                     
Estos son los jóvenes que, a pesar de los huracanes que enfrentan, quieren echar adelante nuestro agitado mundo. Y tengo una honda esperanza en su deseo de Verdad, de justicia, de paz, en fin, del Reino de Dios. A la vez, muchos jóvenes nos hemos visto, aun sin desastre natural, entrando en un estado de emergencia tal vez igual o más crítico que el que atraviesa nuestro país, donde la prioridad no es vivir, sino sobre-vivir. Pero el pasado 11 de noviembre en un taller sobre límites y afectividad, 26 jóvenes de la pastoral universitaria de la UPRM dijeron: “¡escojo la vida!”.   


Este grupo aceptó vivir un espacio de encuentro: encuentro consigo mismo, con el otro, con Dios. Acompañados por la psicoterapeuta y religiosa Hija de Jesús Melba Neris, el grupo recibió valiosas herramientas y consejos para trabajar aspectos afectivos de su persona y su historia. El encuentro pasó entre ejercicios, escucha, reflexiones, risas, silencios y “noes” (algunos comprenderán). Se notaba la esperanza y alegría en tantos diálogos espontáneos entre los participantes durante recesos. El aire de vida y camino compartido se respiró durante todo el día; contagiaba a cualquiera con un jovial deseo de crecimiento y fraternidad.



Y fue, según varios y diversos testimonios personales, una sobreabundancia de bien recibido y compartido. Los participantes salieron decididos a continuar desde el deseo de vivir en lugar de sobre-vivir, de lanzarse y seguir “sin miedo”, de acogerse tal cual y hacerse cargo de sí, de seguir creciendo y conociéndose, siempre desde el amor entrañable y humano de Dios, para mejor amarle y servirle, en la vida, en el hermano. 


Miraba los rostros de todos y, por más serio que fuera el tema a mano, no contenía una sonrisa. Cada vida la contemplaba como semillas de Reino-- semillas con olor a Buena Nueva. No éramos muchos, ni viejos, ni perfectos. En cambio, éramos unos pocos jóvenes, en salida, heridos por el camino. Pero, en nuestra apasionada juventud, había algo dentro que ardía y se percibía a leguas… Sentía la Esperanza de Dios encarnada en cada joven allí presente.

La esperanza de Puerto Rico no termina en la esperanza de levantar los postes de tendido eléctrico, de tan solo salir de una crisis, de reestablecer la “normalidad.”

La verdadera esperanza en nuestros países la encarnamos al optar hoy por ser más humanos, más libres, más como Jesús.


En los campos, al cabo de unas semanas tras el paso del huracán María, sentimos una sencilla y honda esperanza nada más al descubrir los tiernos y verdísimos brotes que, desde sus desnudas y pálidas ramas, parecían cantar al Sol y la brisa: “¡Sí, sí, Puerto Rico sí se levanta!”

Que sepamos acompañar a nuestros jóvenes, brotes verdes de Esperanza para todos, ¡para Puerto Rico, para el mundo!

«El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»
Lucas 17:20-21

Adriana Sepúlveda, Puerto Rico

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