En
estos días de junio 2015 seguíamos con preocupada emoción tu estado de salud y
el 14 nos llegó la esperada noticia de tu Pascua que nunca queríamos recibir…
pero tu vida pertenecía al Señor –bien lo sabías porque lo habías hecho
realidad- y cómo no ibas a aceptar que El dispusiera tu partida cuando
quisiera.
A lo
largo de este año te hemos recordado, mejor dicho te hemos tenido
ininterrumpidamente presente; esa ausencia se ha hecho gran presencia en el
corazón porque es verdad que el amor es más fuerte que la muerte.
En los
muchos y variados avatares de la historia cotidiana, allí y aquí, en tu querida
República Dominicana, en América Latina y en Europa, y en España y en todas
partes, la vida continúa entre luces y sombras, sin robarnos los sueños, al
contrario, ofreciéndonos multitud de retos y desafíos apostólicos que dan mucho
sentido a nuestra vocación-misión, a pesar de que muchas veces nos vemos
tentadas a desistir por la desproporción entre lo que soñamos y los medios,
pero ahí también te veo y escucho: “vale la pena seguir, la entrega de la vida
no se pierde, dar todo es lo mejor que nos puede pasar, es una gozada”…
Y
también en estas circunstancias y en muchas otras, sigues siendo mi hermana
mayor, mi referente de quien aprender sabiduría, esa ciencia que nos da lucidez
suficiente para distinguir y situar en su justo lugar lo esencial y lo
relativo, los fines y los medios sin alterar el orden, para ver con realismo
las dificultades pero no hacer de ellas el centro de la vida…
Te sigo
viendo siempre apoyando cuanto rayo de luz aparezca por donde sea, por difícil
que resultaran las cosas, venga de donde viniere, si es luz hay que dejarse
iluminar para poder empujar el camino.
Gracias,
querida María, para seguir impulsando los pasos pequeños o grandes de la vida
hacia la VIDA. En esta paradoja de la muerte-vida, del tiempo-eternidad, de la
ausencia-presencia… nos sabemos en comunión honda de cariño, de sintonía de
ideales, de creer y apoyar las pocas certezas -¿existe alguna?- que nos
alcanzan para vivir con sentido este trayecto del camino que llamamos vida
humana.
Seguimos
caminando juntas porque esos hilos invisibles son delicadamente fuertes para
sostenernos en este sí incondicional e inconmovible de que el Señor camina a
nuestro lado y como, a los de Emaús, nos deja el corazón en ascuas y nos da
signos de vida con el pan y el vino.
Gracias,
María, por ser y estar, por hacerte presente y vida desde la plenitud infinita
y misteriosa, pero real. Gracias, Señor, por habernos regalado a María, mujer
de totalidades que ya goza contigo y junto a Ti.
Un
abrazo prolongado…
María
Luisa Berzosa fi
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