viernes, 10 de abril de 2015

Magnificat de la Resurrección



El Magnificat de la Resurrección brotó de lo hondo de mi  experiencia de contemplación de la Resurrección en mi última experiencia de Ejercicios Espirituales.

Mi Joshua, querido hijo

Mi ser desborda de gozo al verte,
Hijo mío, al verte vivo.
Mi espíritu confirma la fe
en la grandeza de Dios.

Estaba segura que la muerte
no tendría la última palabra.
Dios es fiel a su amor,
y tanto amor no podía
quedar en un sepulcro.

Mi bien, querido Hijo
¡cuántas cosas entiendo bien ahora!
              los pastores de Belén
hablando de mensajes de ángeles,
               los sabios del Oriente
trayendo regalos caros;
               ese empeño de Herodes
de matarte siendo un bebé;
               el quedarte en el Templo
en tu primera peregrinación a la Casa de tu Padre;
               esas noches en vela y oración
                               como si te miraras las entrañas;
               y esa rabia contra Ti de los sabios y poderosos,
                               de los que a fin de cuantas se irán vacíos
               y ese tropel de gente sencilla, buena gente,
                               que no me daba tregua para verte;
               y ese piropo, que muchos vieron como desaire,
                               de que “mi madre y mis hermanos
son todos los que cumplen la voluntad de mi Padre”

Cuánta razón tenía mi amado José, que en la gloria del Señor ya está cuando respondía a mis comentarios de mujer desconcertada diciéndome: - María, María, déjalo que yo sé que Él sabe lo que hace.
 Esa si era fe la de mi amado José, dale un abrazo de mi parte y dile cuánto lo extrañé, sobre todo en estos últimos días cuando todo parecía venirse abajo.

Hijo mío,  los humildes y sencillos de todos los tiempos ya tienen a quien mirar, ya tienen en quien poner su confianza.

Los pobres del Señor, tus “anawin” ya tienen la promesa cumplida.

Querido Hijo ya te dejo, ya te dejo ir, ya comprendo ahora al anciano Simeón cuando me dijo que ya podía descansar en paz, yo también ya puedo descansar en paz al ser testigo de que la Vida tiene la última palabra.

Gracias Padre Santo, gracias siempre Grande, gracias siempre Santo, gracias siempre Misericordioso,

Gracias siempre Amor.


Carlos A. Amador Rodríguez
Ejercicios Espirituales en El Cobre, Cuba

a los pies de la Virgen de la Caridad

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