La laureada y aplaudida película de M. Haneke merece
una reflexión, más antropológica que cinematográfica. Como mi
comentario anticipa el final, he querido dejar pasar el tiempo para que
los lectores ya la hayan visto. Soy sólo un vulgar aficionado al cine y
no entraré en análisis técnicos. Ha seducido a muchos la sobriedad del
director y la interpretación de los dos actores. Sobre todo ella: me
faltó tiempo para buscarla por internet en “Hiroshima mon amour”, y
sufrir la inevitable comparación entre los dos rostros y los dos
cuerpos: el de 1959 y el de 2012.
También creo que las secuencias en que intervienen personajes
distintos de ellos dos, aunque fueran necesarias no están del todo bien
fundidas con el núcleo del filme (la visita del alumno concertista, la
despedida de una cuidadora y hasta las visitas, imprescindibles, de la
hija). Prescindiendo de estos detalles más técnicos quisiera hacer
algunas observaciones que afectan más al guión o, quizá mejor, al fondo de la película.
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