sábado, 28 de noviembre de 2020

AGRADECIMIENTO POR LA VIDA DE MARIA ELENA GRULLON, HIJA DE JESUS

María Elena Natividad Grullon Estrella nace en el seno de una familia muy cristiana, de un ma  trimonio muy conocido y querido en Santiago de los Caballeros, Señor Antonio Grullón conocido por Don Mon y de la señora Blanca Estrella, Doña Blanquita. Este matrimonio procrea 8 hijos, siendo María Elena la tercera y única mujer entre sus siete hermanos.

Por el oficio que desempeñaba su padre, como Supervisor de Educación de Adultos, la familia se desplaza a distintas partes del país. A María Elena le tocó vivir gran parte de su niñez en esta situación. Ya de vuelta la familia a Santiago, María Elena se siente llamada a vivir consagrada a Dios, y entra en el Instituto de las Hijas de Jesús, en el año 1964, junto con otras siete jóvenes que forman el primer grupo de dominicanas de la Congregación.







                                                                        En 1965 viaja a Granada, España, para hacer su noviciado, regresando de nuevo a su tierra en 1968. A su llegada fue destinada a Santo Domingo donde estudiaba y realizaba su labor pastoral en la comunidad Educativa del Politécnico Virgen de la Altagracia de Los Minas

A lo largo de su vida, los envíos que recibe de la Congregación, fueron intercalándose entre Santo Domingo, en el Politécnico Virgen de la Altagracia de Los Mina, y Santiago de los Caballeros, en el Instituto Politécnico Nuestra Señora de las Mercedes. Como podemos ver, María Elena, permaneció durante muchos años vinculada, de manera muy activa, con mucha ilusión y alegría, a los dos grandes Politécnicos encomendados por el ministerio de Educación a la Congregación, para su administración y dirección. Incluso en esta última etapa de su vida, ya en la casa enfermería, cuidando de su salud, seguía conectada escuchando, aconsejando y ayudando a muchas personas.

María Elena siempre fue la Madre Elena, verdadera madre para muchas familias y personas con quienes compartió su vida y misión, desde la vivencia profunda del Carisma de la Congregación, testimoniando así su ser de hija de Dios Padre y hermana de todos, especialmente de los más necesitados, por quienes, de manera excepcional, siempre se preocupó. Era una mujer de una gran sensibilidad, corazón grande y generoso para Dios y los hermanos.  

Elena no solo fue una madre, fue también amiga, acompañante y confidente de muchas personas encontradas a lo largo del camino de su vida, incluyendo a aquellas que habían sido compañeras en sus tiempos de estudio. Desde Santo Domingo y Santiago son muchas las maestras y estudiantes que mantenían comunicación con ella, a quien acudían pidiendo consejo y que se preocuparon, últimamente, por su salud.

María Elena resaltaba el lado positivo y las cualidades de las personas, era incapaz de lastimar conscientemente a nadie. Cuando en algo sentía que se le pasaba la mano, lo arreglaba con una sonrisa y cambio de tono comprensivo y cariñoso.

Respecto a las relaciones con su la familia, fue una verdadera hija, hermana, tía y tía abuela.  Vivía, y siempre que podía participaba, con mucha alegría y orgullo de todos los acontecimientos y celebraciones que se hacían en su familia: matrimonios, fiestas religiosas y no religiosas, nacimiento, crecimiento, celebraciones de cumpleaños y logros de todos y de cada uno de sus miembros.  Mostraba las fotos, y nos hacía partícipes de las fiestas y preocupaciones, de los retos y desafíos de cada miembro de la familia.   

La pertenencia y experiencia de familia de origen, de ser hija y hermana muy querida, la proyectaba en una postura de confianza, aceptación y paz de lo que en la vida viera como voluntad de Dios. Esta experiencia familiar le dio facilidad para sentirse y vivirse como hija del Padre Dios. A Él se acogía y a María, la Madre Buena, a quien tenía muy presente en su vida, preocupándose por darla a conocer a todas las personas que se relacionaban con ella.

No solo era hija, sino Hija de Jesús auténtica, centrada en la identidad y pertenencia a la Congregación de las Hijas de Jesús a quien siempre amó. Permanecía siempre atenta a las comunicaciones que llegaban de los diferentes lugares del mundo y, cuando tuvo permiso para cuidar de sus padres, siempre se hacía presente en las actividades congregacionales y hacía partícipe a su familia de la vida de la Congregación. Ella hizo que su familia fuera nuestra familia y que lo sea para siempre.  

De María Elena podemos decir con gran certeza que fue mujer de fe, no claudicaba en la dificultad, de gran fortaleza y serenidad ante las dificultades y, como Jesús, a quien siguió con fidelidad, pasó por la vida haciendo el bien. Los testimonios que nos llegan en estos momentos, de tantas personas que la conocieron, son fuente de gran confianza, fortaleza y acción de gracias a Dios, por todo lo que hizo en María Elena y, a través de ella, el bien que se desplegó en tantas personas y situaciones construyendo del Reino de Dios y haciendo un mundo más fraterno.

En definitiva, toda su familia, tanto Congregacional como de sangre, estamos sumamente agradecidos y con mucha serenidad, porque Dios nos regaló esta hermana de gran corazón, lleno de tanta bondad, cercanía, sencillez y sensibilidad ante cualquier necesidad humana. Sentimos que desde donde se encuentra, en este momento, seguirá intercediendo por todos y todas, en especial por nuevas vocaciones para la Iglesia y para la Congregación. 

Comunidad de las Hijas de Jesús Región de Caribe

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