En esta
Semana Santa estuve participando en la misión con las Hijas de Jesús en los
campos fronterizos de Elías Piña, siendo ésta la primera misión en la que
participo.
Desde
el instante mismo en que se me hizo la invitación me sentía ya en preparación:
sentía mucha curiosidad de saber cómo sería la experiencia, a qué me iba a
enfrentar y si algo se movería en mi, qué sería.
Me
sentí lanzada por Jesús a una aventura, una aventura a la que fui cargada y
llena de expectativas, de miedos, inseguridades, temores, energía, entusiasmo y
tantas otras cosas que me aseguraban desde ya que la experiencia iba a ser
única. Pero también fui con deseos enormes de ser sensibilizada, de encontrar a
Dios en cada rostro, sonrisa, gesto de amor; así como también en las realidades
más duras y difíciles.
Al
llegar a El Valle confieso que realmente me sorprendió muchísimo ver la
realidad del lugar, su cultura y dudé de mi capacidad de poder mostrar al Dios
del amor a tantas personas que parecen encontrarse alejadas de él.
Pues ya
emprendido el camino a Plan Café, comunidad que me tocó acompañar, fui
haciéndome consciente de lo que me iba a enfrentar y sintiéndome en conexión
con la gente.
Fui
capaz de encontrar el rostro de Jesús en cada niño/a y la hermosa sonrisa que adorna
sus tiernas caritas, en las familias en extrema pobreza, en las madres cuya
compañía es la soledad. Pero también lo encontré allí muy dentro de mí, dándose
en cada gesto de amor, en el compartir con el/la otro/a.
Estos
días fueron un constante confirmar que en las realidades más duras y difíciles,
en realidades como esas es donde Jesús me quiere y necesita, pues fui capaz de
darme cuenta que allí saco o doy algo parecido a lo mejor de mí, porque no di
lo mejor. Soy capaz de dar muchísimo más.
Con
esta experiencia Jesús ha pasado por mi vida dejando una huella imborrable,
siendo presencia viva que se nota y se hace presente. Siento su invitación a
que como él todo lo que haga vaya dejando huellas que otros puedan
seguir, que a otros puedan guiar.
Sin
lugar a dudas está experiencia de misión me ha marcado, enseñándome el amor
incondicional que a otros soy capaz de dar, enseñándome el valor de las cosas.
Y me voy siendo por sobre todas las cosas mucho más agradecida, recordando y
llevando en el corazón la cercanía que he tenido con la realidad de ese lugar.
YENNIFER CASTILLO
Guachupita, Santo Domingo
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