viernes, 22 de agosto de 2014

DAR LA VIDA



Estos días asistimos, estremecidos, a las noticias sobre la violencia radical en el norte de Irak, donde miles de cristianos están siendo sistemáticamente masacrados en nombre de un islamismo radical. También nos toca reflexionar sobre la labor y los límites de las opciones humanitarias de tantos hombres y mujeres que, de distintas maneras, trabajan con otros  y por otros en lugares de frontera. La epidemia del ébola, todo ello invita a pensar.

 

El evangelio nos llama a dar la vida. Dar la vida no es morir, sino amar. Aunque a veces la muerte sea parte del compromiso y consecuencia de ese amor. La vida se da cada día, de tantas formas. El propio Jesús dio la vida, y lo hizo no solo muriendo en una cruz, sino cada día de su historia, en los caminos, en el encuentro con las personas, en su incesante actividad para proponer una sociedad diferente, una ley al servicio del ser humano y un nuevo rostro de Dios.

 

Y ahí tenemos una pregunta, que cada uno necesitamos hacernos alguna vez. De qué manera, cómo y a quién estoy dando mi vida. De qué manera el compromiso con el evangelio me lleva a poner toda la carne en el asador, e ir poniendo en juego fuerzas, ilusiones, proyectos y tiempo. De qué manera acepto un compromiso que me pondrá en tesituras complicadas, y me enfrentará con el conflicto, con la incomprensión o con el rechazo. De qué manera amo. Y hasta qué punto la actividad es misión y no tan solo “trabajo”.

 

Hay un punto de desproporción entre estas preguntas personales y la realidad tremenda de estas personas en situaciones trágicas. Pero quizás hay también algo de responsabilidad aterrizada si, al hilo de esas historias, dejamos que se zarandeen las propias inercias, y nos preguntamos por la seriedad y la radicalidad concreta con la que estamos dando la vida.

 
José Mª R. Olaizola sj

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