jueves, 9 de agosto de 2018

"Estar y amar con el corazón en las manos"


La vida se compone de momentos llenos de emociones y sentimientos, unos buenos y otros no tan buenos.

Hace una semana se ha terminado una experiencia que llevaba tiempo queriendo disfrutar, con esfuerzo y decisión pude llevarla a cabo. Han sido 36 días, solo eso, pero en mí, esos pocos días, van a estar hasta el fin de mis recuerdos. Momentos muy diferentes con respecto a mis experiencias vividas hasta ahora. 

Emociones, sentimientos y pensamientos encontrados por primera vez, un primer choque con una de las innumerables realidades existentes en el mundo. Mundo del que todos formamos parte, y apenas conocemos más allá de nuestros pasos más cercanos. Sigo sin conocer el mundo y las realidades existentes en este, y esto es posible que sea así durante mi existencia en él, pero si he podido sumergirme por unos días en una que difiere en gran medida a la que vivo día a día en mi país, España. He conocido una de las realidades que se encuentran en República Dominicana, ésta se halla en una de las partes más pobres del país, concretamente en El valle. 

Durante 36 días he tenido la oportunidad de poder ver otra forma de vida, otras necesidades muy diferentes a las que acostumbro a ver donde vivo, otra cultura y costumbres. Allí no se dan las preocupaciones que muchas de las personas, residentes en países y/o zonas del primer mundo, acostumbramos a vivir. Allí las carencias presentes son primarias, de esas necesidades depende su subsistencia. De las nuestras, en cambio, dependen aspectos totalmente relativos a nuestra subsistencia, podrán variar rasgos de nuestra vida, pero en la mayoría de las ocasiones, tenemos en nuestra mano todo el quehacer para poder vivir, y ello es: agua y comida. Además de un sistema sanitario que está a nuestra disposición cada vez que lo necesitamos.


Allí he podido vivenciar cómo se roba la infancia de los niños, no pienso que sea por el simple gusto por parte de los adultos, sino por necesidad y costumbre social, pienso que forma parte de su cultura, atendiendo a las necesidades que como comunidad presentan. Es común y cotidiano ver como los niños por la mañana se encargan de las tareas del hogar. Hogar muy diferente al que nosotros podemos idealizar.  Los niños faltan a la escuela porque tienen que trabajar o cuidar de sus hermanos más pequeños cuando sus padres están trabajando.

Vamos a ponernos en situación... y trasladar esto a mi zona de confort; ser maestra en educación infantil y que un niño de 6 años manifieste: "no he podido venir esta mañana porque he estado haciendo los oficios" entendiendo por oficio las tareas del hogar. ¿Qué haríamos? Allí la respuesta ha sido muy simple: "vale corazón, sería mejor que lo hiciesen ‘pai’ o ‘mai’, pero aprovechas la tarde aquí".

Esos niños, cuya infancia ha sido robada, merecen una atención afectuosa y digna, merecen unos cariños propios para la edad que tienen, y merecen la despreocupación y seguridad emocional que todo niño debe tener. Ese amor incondicional por parte de la madre, ese apego seguro que inducirá en su futuro a un bienestar emocional y social, unas relaciones personales satisfactorias, donde el amor y el respeto serán los dos pilares fundamentales para el vínculo con uno mismo y sus iguales. Pero ¿dónde ha quedado eso allí?, ¿eso pasa por sus mentes? Bajo mi punto de vista, la respuesta es no. ¿Tendrán otras necesidades más primarias, impidiendo alzar el pensamiento más allá? Quizás.

No sé qué he aportado allí durante mi estancia, pero sí sé qué me han aportado ellos, y es un conjunto de sentimientos y emociones indescriptibles, unos tristes, otros alegres y otros frustrantes. Me han enseñado con lo poco que se puede vivir, he valorado todo lo que en mi vida acontece, todas las personas que tengo que me aman y amo, todas las posibilidades que giran constantemente a nuestro alrededor, todas las formas de vida, de pensamiento... Todo lo válido que es todo aquello que sale desde el corazón, siendo su base el amor. 

La belleza de lo sencillo, y el simple hecho de estar y amar con el corazón en la mano. Eso es lo que me llevo.  Todos los momentos han generado en mi este sentimiento final de grandeza, satisfacción, amor, cariño, nostalgia, y melancolía.

No es necesario irnos lejos de nuestra zona de confort para llegar a esta reflexión final, pero tuve el placer de poder vivirlo y todas las experiencias suman en nuestro crecimiento personal. Con esto y con cada día... seguimos creciendo.

Doy gracias por haber compartido este sendero con mis compañeros, por haber formado esa familia durante toda nuestra estancia en El Valle, por habernos escuchado y el simple hecho de estar cuando lo hemos ido necesitando. Nuestras inquietudes y compromiso nos han unido, y ese sentimiento siempre permanecerá en nosotros.

Agradezco la presencia y fuerza de Dios en todo este camino y a las Hijas de Jesús por el  acompañamiento que nos han dado.

Laura García.

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