La
Última Probación es un momento privilegiado de la vida de una Hija de Jesús. Ya
han pasado varios años de formación y la experiencia del Señor ha ido
adquiriendo consistencia y realismo.
La formación y la vida apostólica van tejiendo experiencias de humanidad y fe, de desafíos apasionantes y creativos, pero también de frustraciones y límites. En fin, realizar los EE de mes en este momento tan vital, fijar los ojos y el corazón en el modo de Jesús, resulta de una novedad y riqueza enormes. Ha sido una gracia poder mirarme a mí misma, mi historia, y descubrir en ella la huella, amorosa y siempre presente, de un Dios que me ama.
Inicié este itinerario de encuentro con muchos deseos, experimentando mucha confianza, me sentía tomada de la mano por Dios; desde el principio fui invitada a dejarme abrazar y cuidar por Dios. Con mucha alegría caía en la cuenta de que mi raíz, mi origen, mi cimiento está en Dios; sentir desde dentro como Dios me da el ser, como ha sostenido mi vida, me ha hecho gustar internamente el gran amor que Dios desde siempre ha tenido para mí.
Mi verdad más profunda está en la experiencia fundante de sentirme hija amada, pensada y cuidada por un Padre bueno, que es extremadamente cercano y tierno, que no sabe otra cosa sino amar. Eso sí, como en toda experiencia verdaderamente cristiana, el encuentro con el amor de Jesús es también encuentro con la propia ambigüedad, mis distracciones y ruidos interiores. Sin embargo, ahí estaba Jesús, siempre dispuesto a acogerme, como lo ha hecho siempre en mi historia. La primera semana fue eso, sentirme hija vuelta a casa y celebrada por el Padre. ¡Qué alegría el tener un Padre así! ¡Cuántos desafíos para la vida cotidiana!
La formación y la vida apostólica van tejiendo experiencias de humanidad y fe, de desafíos apasionantes y creativos, pero también de frustraciones y límites. En fin, realizar los EE de mes en este momento tan vital, fijar los ojos y el corazón en el modo de Jesús, resulta de una novedad y riqueza enormes. Ha sido una gracia poder mirarme a mí misma, mi historia, y descubrir en ella la huella, amorosa y siempre presente, de un Dios que me ama.
Inicié este itinerario de encuentro con muchos deseos, experimentando mucha confianza, me sentía tomada de la mano por Dios; desde el principio fui invitada a dejarme abrazar y cuidar por Dios. Con mucha alegría caía en la cuenta de que mi raíz, mi origen, mi cimiento está en Dios; sentir desde dentro como Dios me da el ser, como ha sostenido mi vida, me ha hecho gustar internamente el gran amor que Dios desde siempre ha tenido para mí.
Mi verdad más profunda está en la experiencia fundante de sentirme hija amada, pensada y cuidada por un Padre bueno, que es extremadamente cercano y tierno, que no sabe otra cosa sino amar. Eso sí, como en toda experiencia verdaderamente cristiana, el encuentro con el amor de Jesús es también encuentro con la propia ambigüedad, mis distracciones y ruidos interiores. Sin embargo, ahí estaba Jesús, siempre dispuesto a acogerme, como lo ha hecho siempre en mi historia. La primera semana fue eso, sentirme hija vuelta a casa y celebrada por el Padre. ¡Qué alegría el tener un Padre así! ¡Cuántos desafíos para la vida cotidiana!
Perdonada y con esa alegría interna que te da el sentirte amada, me dispuse para contemplar la vida de Jesús en la segunda semana. En este tiempo, me dejé envolver por la dinámica del dialogo intimo con él, sin prisas, despacio, dejándome confrontar por su vida (evangelio), pude releer desde su mirada, mi historia, su modo de acompañarme y hacerse presente en estos años de camino, y es ahí, en esa historia pasada y en el presente, donde me redescubría llamada (hoy y ahora). Su llamada hoy no es abstracta, es muy concreta, tiene rostros, nombres, sabor, ritmos. Me llama hoy para estar con él, y para enviarme a sanar acompañando y consolar escuchando, cómo sea y dónde haga falta. La llamada hoy tiene carne, alegría, tristezas, pero, sobre todo, esperanzas. Mi respuesta hoy es más consiente y realista y desde ahí más libre y gozosa.
Contemplar a Jesús, siendo alimento, salud, reconciliación, encuentro, vida, relación, luz… movía mis entrañas a desear vivir en su lógica. Toda la vida de Jesús me llevaba a identificarme con su propuesta de Reino, anunciando el amor generoso y desbordante de un Dios que me invitaba a dejarlo todo, a seguirle sin condiciones, ofreciendo con humildad y alegría mis cinco panes y dos peces y con esto toda mi vida.
La tercera semana fue un acompañar a Jesús, ofreciendo su vida por amor, en libertad; sobraban las palabras, era la contemplación silenciosa de como la divinidad se esconde, fue un acompañar la humanidad sufriente de un hombre que lo ha dado todo, me dolía ver a Jesús destrozado, con pavor y angustia, optando por llegar hasta el final, siendo fiel a la voluntad del Padre.
Pero, la muerte no podía ser más fuerte, no podía tener la última palabra, y de esto las mujeres y yo somos testigos. El amor del Padre fue más fuerte que la muerte. La resurrección trae a mi vida alegría, paz, consuelo, todos los rincones ahora son iluminados. Sentirme acompañada por Jesús resucitado en todos los caminos, la alegría de su presencia inundaba mi vida, experimentándome confirmada en la misión y reafirmada en el amor. Soy llamada a consolar, siendo testigo de su amor, llevando esperanza, animando la vida en todas sus manifestaciones.
Ha sido tanto lo vivido, recibido, que no me sale desde el corazón otra cosa, sino, desear amar y servir con toda mi persona a Jesús y a sus preferidos, entregándole toda mi vida. Le digo con todo mí ser: Señor, lo que tú quieras, dónde tú quieras, cómo tú quieras, cuándo tú quieras, con quién tú quieras, el tiempo que tú quieras, solo eso deseo, hacer tu voluntad. “Dame tu amor y tu gracia que esta me Basta.”
Arisleida M. Rincón P.
Provincia Brasil- Caribe
República Dominicana
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